miércoles, 11 de junio de 2008

LA COCINA: el laboratorio más antiguo del hombre

Hasta que me casé, tuve como ejemplos culinarios a mi madre, mi abuela y las vecinas del barrio.
La cocina era el lugar de la mujer y los hombres tenían especialidades secretas como encender un buen fuego para los asados, hacer salsas y preparar bebidas espirituosas.
Pero el milagro cotidiano de la comida era, sin duda, privilegio de las mujeres.
Restos de pucheros, asados o fideos, resucitaban en revueltos, buñuelos y empanadas.
Un litro de leche con cuatro huevos se transformaban en un flan con caramelo.
Un guiso caliente de lentejas y carnecitas nos calentaba el estómago y nos predisponía a un sueñito reparador antes de seguir con el trabajo del día.
Y hablando de sueñitos, ahora las grandes empresas han descubierto ¡en buena hora! ue sus empleados producen más y mejor si duermen media hora después de comer.
Nada de tomar energizantes: 15 ó 20 minutos de descanso favorecen la digestión y preparan para continuar con más energía.

En casa se tomaba cedrón para digerir, manzanilla para aliviar inflamaciones, azúcar para las pequeñas heridas y bicarbonato para la digestión lenta.
El orégano, además de aderezar tomates y salsas, servía para los gases, catarro, resfrío, bronquitis,
dolores decabeza, de estómago, retención de líquidos y estados irritables.
El te de lechuga, para dormir.
La albahaca: para inflamaciones de la boca, llagas y mal aliento.

Sería interesante recuperar aquéllos sabores y saberes que sostuvieron a tantas generaciones antes que las nuestras, para abrigarnos mejor por dentro y enfrentar con mayor fortaleza y satisfacción el frío, el hambre y las enfermedades más comunes.

Tal vez ha llegado el momento de ver a la gastronomía como algo más que un territorio de sabores exóticos y que los chefs rescaten para la gente la ciencia que alimentar el cuerpo y el alma.