Fuiste mi mejor regalo
de Reyes.
Pesabas 3,450 grs. y
eras un torito.
Cuando la enfermera te
puso en mis brazos “para que se vaya
acostumbrando a chupetear” ya venías con la boquita preparada para
prenderte a mi pecho.
Te miré asombrada:¡te habían cortado el pelo! “¿Por qué pelaron al nene?” pregunté. “Costumbre
de la maternidad” dijo la enfermera.
Costumbre de una época y una clase
social donde lo más común era que el
sanatorio te haga una cesárea, o
te ponga el goteo para acelerar el
parto, porque el médico se tenía que ir a Punta del Este.
Costumbre naval cuando entraste al Liceo.
Pero no fue el pelo corto o el uniforme los que
te hicieron recto, correcto, honesto, estudioso, inteligente y buena persona.
Muy lejos de ser un “aprendiz de Astiz” - como le dijo alguien a tu papá para que le
duela-
Tu corazón estaba más a la izquierda que el de
muchos y lo mostraste con un trabajo social que salvó la vida a miles de
personas de las favelas.
“Pablo a los 40
años hizo mucho más que mucha gente en 80. Le salvó la vida a 8.000 personas… Yo ni siquiera puedo cuidar de la mía” me dijo hace poco uno de sus mejores amigos.
Celebro tu vida
hijo.
Tu
luz siempre me ilumina pero hoy todavía es más intensa.
Nero-Nero.